Eran las 11 de la mañana de aquel lunes de abril en la ciudad. El cielo estaba totalmente despejado y su color azul era mezclado por el café del polvo.
Si no me apuro llegaré tarde, espero no tarde el camión. – Se decía así mismo la joven mujer.
Los carros pasaban uno tras otro, la joven corrió y atravesó la calle, caminó por unas cuantas calles desde su casa hasta que pasó por un banco en dirección a la avenida Vallejo. En su espalda cargaba una pequeña mochila mientras que con su brazo agarraba una caja de zapatos.
¡ahí viene el camión, qué bueno! No… no es… - Había llegado a la parada corriendo, estaba agitada y decidió recargarse en la cabina telefónica y después se sentó en la banqueta dejando a un lado la caja.
Se quedó pensando por un momento
“Primero tengo que ir a la escuela, luego… ¿qué hago con la caja? No puedo llevarla con él… me preguntará qué es… y pues…. “
Me podrías dar la hora - Preguntó un hombre moreno a la joven la cual despertó de su trance.
¡Ah! Son las 11:15
Gracias.
De nada. “A este paso no llegaré… esta tardando el camión… y esta muy lejos para ir caminando… en realidad muy lejos… llegaría mañana seguramente se voy caminando. Mejor hubiera dejado la caja en la casa, pero no… Mónica tenías que regalarla y traerla… pero en la casa seguramente la encontrarían y revisarían… así esta mejor… ya no puedo confiar en mi madre. Primero tomo el camión a Azcapotzalco y de ahí al metro, para ir a la universidad…”
El paso de los camiones estresaba más a Mónica porque ninguno era el que la llevaba, Mónica comenzó a quemarse por el sol que caía fuertemente, se arrimó a una pequeña sombra que proyectaba la caseta telefónica y tomó la caja y la colocó encima de sus piernas; la abrió.
Esto me recuerda cuando esperaba a… ya, es suficiente… - Mónica comenzó a revisar las cosas que había en la caja, es esta se encontraban revueltos papeles, cartas, fotos, envolturas de dulces y una servilleta. Agarró una carta de color amarillo y la abrió.
“La primera carta que me regaló Roberto… uno de los tres únicos regalos que me dio… “ – Leyó para si misma:
“Me has hecho el ser más afortunado del mundo, bueno del defe… nunca pensé encontrarme a alguien como tú… me encanta tu sonrisa, tus ojos… Sabes, tengo que reconocer que me has hecho muy feliz, agradezco haberte conocido… “
“Esto era amor… pero bueno… ya pasó… ¿Porqué no seguimos así? ¿En qué fallamos? Para empezar el siempre fue muy frio… bueno, al principio no… hay algo raro… “ – Dobló la carta y la metió en la caja. Sacó otra:
“Tengo que confesarte que es la carta más difícil que he escrito, primero porque tuve que atender a los clientes en segundo porque sabes que no soy muy bueno para escribir… Disculpa por aquellos momentos en los que te he hecho sentir mal, por mi actitud, en ocasiones, distante o indiferente… pero sabes que te quiero mucho y espero me tengas paciencia… sé que piensas que no soy cariñoso… me cuesta… pero… ten paciencia…” – Terminó de leer Mónica. – Esta carta fue la última… antes de que cortáramos, aquí ya todo iba directo a la basura. – Dobló la carta y tomó unas fotos. – “Mi primer viaje con Roberto… me la pasé muy bien… Creo que ahí viene el camión…” – Se levantó Mónica guardando rápidamente las fotos pero se dio cuenta de que no era el camión, se sentó nuevamente.
“¿qué más hay…? Los papelitos de mi amigo…” – Mónica recordaba aquella ocasión que fue a tomar café y Raúl puso en la mesa cuatro papelitos de colores que formaban la palabra hola. En cada uno, al reverso, tenía unas palabras escritas, leyó una frase: “Quisiera despertar y tener tu cabeza apoyada en mi cabeza” – Mónica suspiró y guardó los papelitos.
Si no me apuro llegaré tarde, espero no tarde el camión. – Se decía así mismo la joven mujer.
Los carros pasaban uno tras otro, la joven corrió y atravesó la calle, caminó por unas cuantas calles desde su casa hasta que pasó por un banco en dirección a la avenida Vallejo. En su espalda cargaba una pequeña mochila mientras que con su brazo agarraba una caja de zapatos.
¡ahí viene el camión, qué bueno! No… no es… - Había llegado a la parada corriendo, estaba agitada y decidió recargarse en la cabina telefónica y después se sentó en la banqueta dejando a un lado la caja.
Se quedó pensando por un momento
“Primero tengo que ir a la escuela, luego… ¿qué hago con la caja? No puedo llevarla con él… me preguntará qué es… y pues…. “
Me podrías dar la hora - Preguntó un hombre moreno a la joven la cual despertó de su trance.
¡Ah! Son las 11:15
Gracias.
De nada. “A este paso no llegaré… esta tardando el camión… y esta muy lejos para ir caminando… en realidad muy lejos… llegaría mañana seguramente se voy caminando. Mejor hubiera dejado la caja en la casa, pero no… Mónica tenías que regalarla y traerla… pero en la casa seguramente la encontrarían y revisarían… así esta mejor… ya no puedo confiar en mi madre. Primero tomo el camión a Azcapotzalco y de ahí al metro, para ir a la universidad…”
El paso de los camiones estresaba más a Mónica porque ninguno era el que la llevaba, Mónica comenzó a quemarse por el sol que caía fuertemente, se arrimó a una pequeña sombra que proyectaba la caseta telefónica y tomó la caja y la colocó encima de sus piernas; la abrió.
Esto me recuerda cuando esperaba a… ya, es suficiente… - Mónica comenzó a revisar las cosas que había en la caja, es esta se encontraban revueltos papeles, cartas, fotos, envolturas de dulces y una servilleta. Agarró una carta de color amarillo y la abrió.
“La primera carta que me regaló Roberto… uno de los tres únicos regalos que me dio… “ – Leyó para si misma:
“Me has hecho el ser más afortunado del mundo, bueno del defe… nunca pensé encontrarme a alguien como tú… me encanta tu sonrisa, tus ojos… Sabes, tengo que reconocer que me has hecho muy feliz, agradezco haberte conocido… “
“Esto era amor… pero bueno… ya pasó… ¿Porqué no seguimos así? ¿En qué fallamos? Para empezar el siempre fue muy frio… bueno, al principio no… hay algo raro… “ – Dobló la carta y la metió en la caja. Sacó otra:
“Tengo que confesarte que es la carta más difícil que he escrito, primero porque tuve que atender a los clientes en segundo porque sabes que no soy muy bueno para escribir… Disculpa por aquellos momentos en los que te he hecho sentir mal, por mi actitud, en ocasiones, distante o indiferente… pero sabes que te quiero mucho y espero me tengas paciencia… sé que piensas que no soy cariñoso… me cuesta… pero… ten paciencia…” – Terminó de leer Mónica. – Esta carta fue la última… antes de que cortáramos, aquí ya todo iba directo a la basura. – Dobló la carta y tomó unas fotos. – “Mi primer viaje con Roberto… me la pasé muy bien… Creo que ahí viene el camión…” – Se levantó Mónica guardando rápidamente las fotos pero se dio cuenta de que no era el camión, se sentó nuevamente.
“¿qué más hay…? Los papelitos de mi amigo…” – Mónica recordaba aquella ocasión que fue a tomar café y Raúl puso en la mesa cuatro papelitos de colores que formaban la palabra hola. En cada uno, al reverso, tenía unas palabras escritas, leyó una frase: “Quisiera despertar y tener tu cabeza apoyada en mi cabeza” – Mónica suspiró y guardó los papelitos.
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