miércoles, 22 de julio de 2015

El dragón del salón del rey de la montaña

Ahí estaba, frente a él. Mostraba sus alas largas y extensas mientras abría la boca para emitir un rugido. En verdad que tenía miedo, aquél de caer presa de su cazador y sin embargo estaba ahí. 


Con pocas personas he podido hablar de la forma como lo hago contigo. Podemos platicar de teoría, filosofía, historia, arte, películas, humanidades, arquitectura, antropología… Usas palabras que pocos usan o conocen. Me dijiste que te sentías muy cómodo al hablar conmigo, tratabas de explicarme tu sombra aquella donde guardas todos tus temores y aspectos prohibidos. En ocasiones callaba y no decía nada al respecto, en realidad no sabía que decir porque mi respuesta sería muy moralina. 

Conocí cierta hipocresía tuya, me decías de un muchacho al cual habías invitado a visitarte a Querétaro pero no te respondió por una semana o dos, después de ese tiempo te dijo que había sido asaltado con violencia pero tú no lo creíste. Dices que lo entendiste como un pretexto y que eso, no te gusta. Recuerdo cuando me dejaste plantado en la TAPO en Semana Santa. Quedamos de vernos a las 8 y llegaste hasta las 11:30. Habías sido detenido por un malentendido (según). Me enojé, y dijiste que tú no eras así, que antes de enojarte tratarías de comprender al otro. Ahora veo que no es así. 

Llegué a tu casa en la noche, llovía. No fuiste a traerme a la central, quizás porque no tenías dinero. Lo pasé por alto. Me abrazaste. Platicamos un rato, reímos. Preguntaste si quería ver una película d Buñuel, los Olvidados. Dije que no, prefería dormir. Nos acostamos y me abrazaste. Me diste un beso muy rápido, no pude continuarlo. Fue extraño, pero pensé que era lo mejor. Llegué con las puertas del corazón cerrado. También con la idea de quedarme hasta que no me sintiera cómodo, si me tratabas bien, entonces me quedaría más tiempo. Tu ánimo se desbarató al segundo día. 

Al otro día, me bañé solo, tú esperabas afuera en el único cuarto de tu vivienda. Durante la plática en la noche dije que al ver a la Coyolxauhqui recordaba tu natalicio. Me contestaste: “por qué no mejor dices que te acordaste de mí”. Como siempre, damos cosas por hechas. 

Antes del viaje te dije que si nos casábamos, me dijiste que sí. Llegué a tu casa con la idea guardada, quería ver si la sacabas a relucir. Obviamente no lo hiciste. Me comentaste sobre tus varios amores, o más bien, parejas sexuales. Siempre andas buscando y no hayas, como el poema de los amorosos. Dices que ya no crees en el amor uranos, aquél que se escucha en las canciones de Zoe. Y sin embargo, buscas incesantemente. A pesar de que te dije que los hombres, a diferencia de las mujeres, nos sentimos solos y no podemos manejar nuestra soledad; a pesar de que siempre me haz dicho que prefieres viajar ligero y solo por la vida… no lo parece. No lo parece porque entraste a platicar con chavos por el chat, uno de ellos te dijo una verdad, que eres un mamón. Me volteaste a ver como un niño que ve a otro el cual le dice una grosería y ve a su madre pare decirle con la mirada: “¿verdad que dice una mentira?”. Sólo sonreí porque apoyaba al muchacho del chat. 

Fui destruyendo tu imagen perfecta de caballero, te transformaste en un monstruo. Quizás dirías que te pasé a mi sombra. ¿Dónde quedó aquél hombre caballeroso, inteligente y seductor que conocí en el 2009? Aquél con el que viajé al defe varias veces y me tomaba de la mano y me robaba besos, aquél que me decía: te quiero. Aquella imagen era una apariencia, eres la sombra al fondo de la caverna, lo que en realidad eres es un niño pequeño que busca cariño, que desea estar con otros niños. Quizás tu cama termine mojada. 

Como no hemos tenido tiempo para destruirnos en una relación tuve que hacerlo de manera exprés, casi como un café pequeño, de un solo trago tuve que desencantarme. El trago amargo fue soportable hasta cierto punto. No obstante, también iba con la pretensión de visitar varios lugares, lo cual no se pudo porque al segundo día te desencantaste (creo). Me habías dicho primero que visitaríamos no sé qué lugar, dos horas después te veía platicando por internet, te pregunté si esperabas al electricista, dijiste que no. ¿Podemos salir? A lo que respondiste que no tenías ganas de salir. El dragón se volvió visible en todo su esplendor. Pensé: no te necesito para salir, me voy. Me diste luz verde. Pensé mientras esperaba el autobús al centro: mejor ya me voy. Regresé, tomé mi gorra, te dije y me despediste con un abrazo y un beso. Salí de ahí con la cabeza en alto, visité al Dragón del salón del rey de la montaña. Ahora lo entiendo, el rey se transformó en el dragón, aquél que cuida su tesoro de manera celosa. Pero se preguntarán qué tipo de tesoro guarda este dragón. Puedo pensar que su propia satisfacción, un anhelo de ser querido o comprendido. Pobre de aquél que se atreva a querer quitarle una de sus monedas de oro porque terminará con la sangre quemada. 



Fui al centro, me perdí. Tomé un taxi, fui a la central de autobuses, partí hacia mi casa, sin voltear atrás porque de lo contrario, podría quedarme como Eurídice en el inframundo. Prefiero tomar agua del río Lete y borrar tu recuerdo. He llegado a la casa con mi mano temblando y sosteniendo la espada y el escudo. Desde que partí sabía que iba a ver al rey del salón de la montaña y me encontré al dragón.