domingo, 21 de marzo de 2010

El reloj


Habían recorrido parte del centro de la ciudad. Franco guiaba a Érica por las laberínticas calles, Érica se sentía desubicada a pesar de haber vivido de niña en la ciudad. Érica había llegado a la central de camiones por la mañana, tenía pensado asistir a un espectáculo por la noche, le pidió a Franco que le diera posada durante una noche. Sin saberlo, Érica fue recibida por una gran sonrisa y un abrazo que la hizo estremecerse y recordar porque se sentía atraída por Franco. Érica conocía a Franco desde hace cuatro años, la distancia no había permitido que una relación creciera.
- Ven… te quiero mostrar un lugar… ¿Vamos? – Dijo Franco con una sonrisa.
- Sí, no hay problema. – Contestó Érica.
La provisional pareja caminó por las calles del centro hasta llegar a la entrada de un edificio.
- Mira… aquí se llama… - Érica no puso atención al lugar a donde habían llegado porque estaba en un estado de ensoñación.
Subieron las escaleras y llegaron al interior de un museo. Figuras de Frida y de Diego estaban exhibidas en aquel lugar. Érica se sentía muy bien, sentía que no había mejor hombre que Franco. El sol comenzaba a descender por el cielo pero aun faltaba tiempo para la noche.
- ¿Te parece si subimos hasta la terraza? – Volvió a preguntar Franco.
- Sí… - Sonrió Érica.
Ambos subieron por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegaron a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor. Érica se alegró al ver que había una parte descubierta por donde se podía ver una parte de la ciudad, se dirigió hasta el barandal y miró complacida hacia abajo, miró los carros y las personas pasar. Érica miró hacia los lados y vio los edificios, su atención se centró en una fachada de una esquina, donde se encontraba un reloj y dos ángeles de piedra, uno sin mano, que parecían mirar hacia el sol que caía.
- Es muy bello… - Dijo Érica sonriendo.
- ¡Qué bueno que te gustó- Dijo Franco. Se dieron un beso y Érica tomó de la mano a Franco.
- Te quiero – Dijo Érica.- ¡tómame una foto! – Érica sacó la cámara y se la dio a Franco, Érica tomó la cámara y fotografió el edificio con el reloj y los ángeles. Franco la miraba con ternura.
- ¡Mira! Creo que no sirve el reloj… es muy bello para que no funcione… Ahí son las 6:40 - Érica miraba fijamente el reloj mientras que Franco la abrazaba y no decía nada.
- ¡cómo me gustaría que este momento nunca terminara… ¡ Parece un sueño. – Suspiró Érica.
Algunas palomas volaron sobre la ciudad mientras el sol seguía bajando por el cielo, la tenue luz golpeaba las paredes del reloj y el rostro de los ángeles.

Ambos subieron por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegaron a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor. Érica se alegró al ver que había una parte descubierta por donde se podía ver una parte de la ciudad, se dirigió hasta el barandal y miró complacida hacia abajo, miró los carros y las personas pasar.

- Es muy bello… te amo Franco. – Dijo Érica.
- Sí… gracias… yo también te quiero… - Contestó Franco de manera dudosa.
Érica seguía ensoñada, seguía apreciando el hermoso oasis que Franco le había proporcionado en su visita. Pensaba en el espectáculo, razón de su visita a la ciudad, pero confiaba en su acompañante.
- Estas muy callado… ya casi me tengo que hora, aun tenemos que ir a cenar y después me tienes que llevar al concierto. – Miró Érica a Franco con alegría.
- ¡Ah! Sí… aun tenemos tiempo… Oye… he estado pensando y … te agradezco tu cariño y el tiempo que estamos compartiendo… pero, no sé… últimamente como que no disfruto de las relaciones… siento que no me entrego totalmente… quizás es temor… - Franco bajó la cabeza.
- No te preocupes… no te exijo más de lo que se puede… nuestra situación es complicada… Me gustas y pues cada cosa a su tiempo.
- Gracias. Te dije que sí cuando me preguntaste si quería ser tu novio y estoy dispuesto a poner mis pensamientos en orden.
-
Érica subió por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegó a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor. Érica se dirigió hasta el barandal y miró complacida hacia abajo, miró los carros y las personas pasar. Miró el reloj con la misma hora de siempre. Se quedó por un momento mirando y pensando…

- Es muy bello… - Érica escuchó la voz de una mujer que apenas entraba a la terraza, detrás de ella estaba Franco.
- ¡Qué bueno que te gustó- Dijo Franco. Se dieron un beso. Érica corrió a un lado del comercio del café que estaba cubierta por una pared, se recargó sobre la pared cubriéndose con una lona que estaba colgada.
- Te quiero… - Dijo aquella mujer mientras que Érica veía como se abrazaba la mujer y Franco. Estuvieron por un momento y Érica sentía un mareo y el reloj marcaba siempre la misma hora.

Érica subió por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegó a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor. Érica se dirigió hasta el barandal y miró complacida hacia abajo, miró los carros y las personas pasar. Miró el reloj con la misma hora de siempre. Se quedó por un momento mirando y pensando… Se sintió mareada nuevamente, se alejó del barandal y se colocó junto a la lona.

- No permitiré que el miedo no me deje amar… - Escuchó la voz de Franco.
- Me alegra saberlo… pensé que te perdería... – Contestó aquella mujer. Se abrazaron y Érica veía el reloj que no cambiaba de hora.
- Érica subió por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegó a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor.
Érica subió por elevador hasta llegar a un pequeño pasillo que tenía unos cuantos escalones, doblaron el pasillo y llegó a lo que parecía ser un comercio de café. Había unas cuantas sillas y mesas dispuestas en el local, una barra sin vendedor. Érica se dirigió hasta el barandal y miró complacida hacia abajo, miró los carros y las personas pasar. Miró el reloj con la misma hora de siempre. Sintió una mirada, volteó y era un joven hombre que estaba sentado en una de las mesas del local, aquél hombre le sonrió, Érica le correspondió la sonrisa.

- Oye… he estado pensando y … te agradezco tu cariño y el tiempo que estamos compartiendo… pero, no sé… últimamente como que no disfruto de las relaciones… siento que no me entrego totalmente… quizás es temor… - Escuchó a lo lejos Érica, volteó y estaba Franco con aquella mujer.

Érica miró el reloj con la misma hora de siempre se dirigió hacia el pasillo, dobló y bajó por el elevador.

sábado, 20 de marzo de 2010

Festín


Mi sonrisa y tu mirada,
la sandia y la luna,
tus labios, nuestros besos.

En la primavera


Era como un templo en el bosque, las columnas se confundían con los troncos de los árboles, tu mirada y la mía. Tu sonrisa reflejada en el agua, en aquél lago que brillaba con la luz del sol. El latir de mi corazón, tu mirada perdida en el agua, un suspiro prófugo, una caricia en el brazo y un beso corto, un cielo azul manchado de nubes, una casa congelada en el tiempo, el recuerdo marcado en mi memoria....

El amor del poeta


Y viendo cómo lucían
miles de blancas estrellas,
pensaba que todas ellas
en su corazón ardían.
¡Noche de amor!

Fragmento de El poeta de Antonio Machado

domingo, 14 de marzo de 2010

Espera del camión

Eran las 11 de la mañana de aquel lunes de abril en la ciudad. El cielo estaba totalmente despejado y su color azul era mezclado por el café del polvo.

Si no me apuro llegaré tarde, espero no tarde el camión. – Se decía así mismo la joven mujer.
Los carros pasaban uno tras otro, la joven corrió y atravesó la calle, caminó por unas cuantas calles desde su casa hasta que pasó por un banco en dirección a la avenida Vallejo. En su espalda cargaba una pequeña mochila mientras que con su brazo agarraba una caja de zapatos.

¡ahí viene el camión, qué bueno! No… no es… - Había llegado a la parada corriendo, estaba agitada y decidió recargarse en la cabina telefónica y después se sentó en la banqueta dejando a un lado la caja.

Se quedó pensando por un momento
“Primero tengo que ir a la escuela, luego… ¿qué hago con la caja? No puedo llevarla con él… me preguntará qué es… y pues…. “
Me podrías dar la hora - Preguntó un hombre moreno a la joven la cual despertó de su trance.
¡Ah! Son las 11:15
Gracias.
De nada. “A este paso no llegaré… esta tardando el camión… y esta muy lejos para ir caminando… en realidad muy lejos… llegaría mañana seguramente se voy caminando. Mejor hubiera dejado la caja en la casa, pero no… Mónica tenías que regalarla y traerla… pero en la casa seguramente la encontrarían y revisarían… así esta mejor… ya no puedo confiar en mi madre. Primero tomo el camión a Azcapotzalco y de ahí al metro, para ir a la universidad…”
El paso de los camiones estresaba más a Mónica porque ninguno era el que la llevaba, Mónica comenzó a quemarse por el sol que caía fuertemente, se arrimó a una pequeña sombra que proyectaba la caseta telefónica y tomó la caja y la colocó encima de sus piernas; la abrió.

Esto me recuerda cuando esperaba a… ya, es suficiente… - Mónica comenzó a revisar las cosas que había en la caja, es esta se encontraban revueltos papeles, cartas, fotos, envolturas de dulces y una servilleta. Agarró una carta de color amarillo y la abrió.
“La primera carta que me regaló Roberto… uno de los tres únicos regalos que me dio… “ – Leyó para si misma:
“Me has hecho el ser más afortunado del mundo, bueno del defe… nunca pensé encontrarme a alguien como tú… me encanta tu sonrisa, tus ojos… Sabes, tengo que reconocer que me has hecho muy feliz, agradezco haberte conocido… “
“Esto era amor… pero bueno… ya pasó… ¿Porqué no seguimos así? ¿En qué fallamos? Para empezar el siempre fue muy frio… bueno, al principio no… hay algo raro… “ – Dobló la carta y la metió en la caja. Sacó otra:
“Tengo que confesarte que es la carta más difícil que he escrito, primero porque tuve que atender a los clientes en segundo porque sabes que no soy muy bueno para escribir… Disculpa por aquellos momentos en los que te he hecho sentir mal, por mi actitud, en ocasiones, distante o indiferente… pero sabes que te quiero mucho y espero me tengas paciencia… sé que piensas que no soy cariñoso… me cuesta… pero… ten paciencia…” – Terminó de leer Mónica. – Esta carta fue la última… antes de que cortáramos, aquí ya todo iba directo a la basura. – Dobló la carta y tomó unas fotos. – “Mi primer viaje con Roberto… me la pasé muy bien… Creo que ahí viene el camión…” – Se levantó Mónica guardando rápidamente las fotos pero se dio cuenta de que no era el camión, se sentó nuevamente.
“¿qué más hay…? Los papelitos de mi amigo…” – Mónica recordaba aquella ocasión que fue a tomar café y Raúl puso en la mesa cuatro papelitos de colores que formaban la palabra hola. En cada uno, al reverso, tenía unas palabras escritas, leyó una frase: “Quisiera despertar y tener tu cabeza apoyada en mi cabeza” – Mónica suspiró y guardó los papelitos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Escalinatas


El sol caía como plomo sobre las calles, el cielo azul cubría toda la ciudad. El ruido de los autos ahogaba el ambiente. Comerciantes gritando, personas riendo y platicando. Bailarines con sus dansas dando brincos y vueltas a un lado del templo mayor. El gris del pavimento contrastaba con el rojo de las piedras del templo. Un nopal solitario vivía entre las piedras.

- ¿Esperas a alguien? - Preguntó una mujer un poco robusta.
- ¿Disculpe? - Salía de su trance José que miraba fijamente las seis figuras de piedra que descansaban en los escalones del templo.
- ¿Qué si esperas a alguien? Has estado aquí por más de una hora y en miras el reloj constantemente.
- Esperaba a… pero ya no importa, me cansé de esperar. –
- Ahora veo, supongo que es alguien que quieres. – Dijo la mujer.
- Sí… quería, ahora estoy enojado. –
- Te dejaron plantado. ¿Y por qué no te vas? –
- Porque me agrada este lugar. Es aquí donde lo conocí. – Contestó José.
- Entiendo, ¿Llevan mucho tiempo…? Disculpa, que atrevida soy, creo que son asuntos que no me importan.
- No te preocupes, me hacía falta platicar para relajarme. Por cierto me llamo José. –
- Gusto en conocerte José, me llamo Mónica… -
- La que ama la soledad… eso significa tu nombre. –
- ¡Vaya! No sabía.
- Llevamos cuatro años de conocernos. Lo conocí en este barandal, mirando las estatuas de piedra. Empezamos a platicar, hubo química. Salimos por un tiempo y luego se distanció, cortamos. Nos volvimos a encontrar y regresé con él. Siempre es lo mismo, siempre lo espero… -
- Qué situación tan complicada. Nunca he sido buena para dar consejos, te lo dice una mujer que ha salido poco a sus 37 años. La mayoría de mi tiempo la paso aquí, en el trabajo, le he dedicado 10 años.
- Creo haberte visto en alguna ocasión cuando venía con él al museo.
- Mira – Señaló Mónica el cielo. – Es la luna.
- ¡qué hermosa es la luna en pleno día!
- ¿Conoces el mito de la Coyolxauhqui? – Preguntó Mónica.
- Sí, me la contó… la Coyolxauhqui al saber del embarazo de Coatlicue decidió matarla pero Huitzilopochtli protegió a su madre y a él con una serpiente de fuego que lanzó a Coyolxauhqui, quedó descuartizada y después fue lanzada desde el cerro de Coatepec, por eso se dice que la luna es vencida cada mañana por el sol. Me gustaría lanzarlo por las escaleras, en realidad no. Siento como si estuviera descuartizado, tengo varios sentimientos encontrados.
- Entiendo… -
- He aprendido muchas cosas. Antes, de pequeño, me parecía aburrido asistir a los museos, pero desde que lo conocí me llamaron la atención. –
- Es normal, cuando pasas mucho tiempo con alguien ambos comienzan a tomar actitudes del otro. – Dijo Mónica.
- Pero su miedo, es como si yo subiera todos los escalones y el se quedara abajo mirando y pensando en hacerlo o no.
- Quizás tenga miedo a morir.
- ¿Morir? –
- Sí… En la segunda etapa del templo mayor hay una…
- Piedra de sacrificios… Una vez me contó que soñó que era llevado a lo alto de un templo… -
- ¿Has pensado en dejarlo definitivamente? –
- Por el momento no creo… Cuando estamos separados lo recuerdo, siempre lo recuerdo.

sábado, 6 de marzo de 2010

Humedad


Estaba esperando en la calle, a un lado de la puerta. Las gotas de agua flotaban en el aire. La neblina caminaba lentamente en la ciudad y se la tragaba. Mientras esperaba miraba a su alrededor los rostros de las personas que caminaban frente a ella. Es como si todas las personas estuvieran tristes, con la mirada baja y sin sonreír. Recordaba la ocasión en la cual sus padres le habían dicho que se fuera de la casa. Estimaba a sus padres pero ellos no comprendían la situación de su hija. La mirada triste de ella, las lágrimas cayendo de su rostro por la impotencia y tristeza por la decisión de sus padres. Estas imágenes pasaron ante los ojos de ella que esperaba a un lado de la puerta mientras las gotas de agua flotaban en el aire y la neblina caminaba lentamente en la ciudad y se la tragaba. Escuchó una voz, era la mujer de cabello castaño que le decía que en un momento salía. Esperaba en la calle, viendo la mirada baja de las personas. Ella seguía visitando a la mujer de cabellos castaños, la esperaba pacientemente como siempre en la calle, en la humedad de la neblina.

Atardecer


El sol caía directamente sobre los vitrales dividiendo la luz en amarillo, rojo y naranja. Dentro del edificio siempre era un eterno atardecer, no importaba la hora del día siempre los colores del vitral daban la ilusión de que el sol moría.

- Hola, ¿cómo estás? - Llegó una mujer de piel morena y cara redonda.
- Bien gracias - Respondió la joven mujer de pelo castaño que estaba sentada en la banca que miraba hacía la gran pared de vitral. - Es muy hermoso el efecto. - Dijo
- Sí... oye, quería hablar contigo sobre... - Dijo la mujer morena...
- Sobre que.... dime... -
- No nos vamos a poder seguir viendo, surgieron algunos problemas
- ¿A qué te refieres? -
- Creo que se enteraron de que nos vemos... sigo sin entender su comportamiento...

El silencio pareció inundar la sala, las personas entraban al instituto, subían y bajaban las escaleras, las mujeres se miraban sin decir nada. La luz roja bañaban el cabello largo y castaño de la joven mujer. Un amarillo pálido mezclado de oscuridad cubría a la mujer morena.

La puerta del cielo


Nuestro viaje quizás empezó antes de conocernos, no sé si trascienda las barreras del tiempo. Recuerdo aquella mañana cuando desperté y estabas a mi lado. Nos arreglamos. La cama estaba desecha, me senté al filo de la cama y te llamé. Saqué de mi mochila una hoja, era un regalo para ti. Te lo di, tenía unas palabras escritas atrás, diste vuelta a la hoja y encontraste un dibujo. Estaba pintado con colores de madera. El dibujo mostraba la orilla de un abismo cubierto por el pasto, apuntaba hacia enfrente... dabas unos pasos hacia el barranco, sorprendido por la vista volteaste a verme, las nubes flotaban lentamente en el aire y el sol coronaba el cielo. Sonreíste y dije:
-Sigue caminando... -
Respondiste: ya no hay piso.
- Confía en mí- dije.
Distes unos pasos y una reja circular de oro apareció ante tus ojos, volteaste. -Te dije que te llevaría al cielo-. La puerta se abrió de par en par y tomaste mi mano, caminamos hacia la puerta, entramos al cielo.

Itinerario


No sabía con precisión a dónde me llevaría. Le comenté a mi guía que si quería más adelante podría llevarlo al infierno, podría mostrarle el castillo luminoso donde se encuentran los grandes filósofos, le dije que me parecía injusta tal ubicación del castillo, a las afueras del infierno, en cambio a los teólogos los habían ubicado en el cielo.
-¿Injusto? - Preguntó mi guía.
-Sí... es injusto. También podría llevarte al paraíso terrenal.
-¡Claro!. No sólo iremos al Mictlan, sino también al Tlalocan o al Ilhuicatl...
Tengo que confesar que sabía muy poco de esos lugares, había leído un poco de mitología mexicana, soy mexicano... sin embargo sé más de la cosmovisión griega... ambos mundos me fascinan y creo que mi guía estaría igual de perdido en el infierno que yo en el Mictlan...

Enamoramiento


Me preguntaron en aquella ocasión, antes de partir hacia la ciudad si deseaba ir a visitar la plaza, yo sin resistencia e inmediatez dije: yo te seguiría hasta el infierno. Mi guía me contestó: mejor sígueme al MIctlán…