domingo, 22 de noviembre de 2009

Pantitlán


---Fragmento---

Era alrededor de las once de la noche. La estación del metro se encontraba casi vacía. Algunas personas que salían de sus trabajos bajaban las escaleras a este otro mundo, que no estando tan alejado de la superficie parecía que se descendía a otra realidad. Los pasoso de las personas hacían eco en los pasillos, algunas pláticas rebotaban en las paredes, otros caminaban solos por los pasillos. Alberto se detuvo detrás de la línea amarilla que marcaba la zona de seguridad. Sus ojos castaños oscuros miraban perdidos del otro lado, el cabello largo pero sujetado por una liga mantenía en su lugar. Dos arracadas plateadas pendían de las orejas, una en cada lado. Alberto con sus veintiocho años los disimulaba con un cuerpo que parecía de menor edad, cuerpo que era delgado y de piel apiñonada. Alberto suspiró sin percatarlo, y el sonido del metro rompió el silencio relativo del lugar. Las luces anunciaban la llegada de los vagones y una corriente de aire cálido hizo despertar a Alberto.

Unas cuantas personas salieron del vagón, una de esas personas llevaba a su hijo de la mano el cual sostenía una pequeña bandera, acto seguido entró Alberto. El vagón casi vacio guardaba a unas personas dispersas en los asientos. Alberto fue recibido por la luz blanca del vagón, luces blancas un poco opacadas por las luces de las lámparas del techo. Un color amarillento que cubre las paredes internas del vagón mezclado por la propaganda. Los asientos verdes de plástico brillaban al igual que los pasamanos. Alberto se sentó en un asiento cerca de la puerta, acomodó su mochila azul rey sobre sus piernas y sacó un libro, comenzó a leer.

Alberto sufría de un serio problema, su mente divagaba en una y mil pensamientos, estaba agotado, no solo por el trabajo, se añadía el hecho de que no podía dormir bien, sus ojos anhelaban el sueño, su mente exigía un descanso.

- “Aun faltaba mucho para la gran fiesta de la ciudad de las siluetas aquella que había sido invitada… “– Leyó Alberto y se detuvo, miró a su alrededor, un pensamiento de soledad cruzó fugazmente por su mente. – “… las siluetas comenzaron a salir de… guiéndose… a sus… abajos…” – Alberto leía pero en su mente no llegaban las ideas de lo que estaba leyendo.

- ¿Se acordará de mí? – Se preguntó a si mismo Alberto en sus pensamientos mientras leía – Su mirada tierna conmigo se ha perdido, esto es obvio pues lo nuestro duró muy poco, además ella estaba con otro… ¡ya deja de pensar en eso… mejor continuó leyendo…- Lo que habían durado sus pensamientos, el metro avanzó dos estaciones.

- “… un pequeño sendero la invitó a pasar entre árboles de papel corrugado… intados… ha…tados…sin…fin… - Volvía a leer y perderse en sus pensamientos. Recordó aquél sueño que había tenido hace poco tiempo, se encontraba de pie junto a la orilla de un lago, en el horizonte se veían los grandes volcanes. A su derecha se apreciaba un gran remolino de agua, y sobre éste dos grandes banderas que anunciaban el peligro de la alcantarilla…

Alberto había asistido al grito en el zócalo de la ciudad, esto hace ya una semana atrás. Entre la multitud explotaba una combinación de alegría y desencanto, el protocolo de las fiestas se había llevado a cabo como siempre. Antes del evento había llovido levemente, cubriendo el suelo con una delgada capa de humedad la cual hacía que se reflejará las luces de los adornos de los edificios. Los colores rojo, blanco y verde se diluían en el reflejo del suelo como un gran espejo de agua.

Alberto fue acompañado con un par de amigos del trabajo, presenciaron un espectáculo de luces que se proyectaron en el Palacio Nacional donde pasado, presente y futuro explotaban en un baile de colores acompañador con sonidos tradicionales, así como el mariachi estuvo presente, también hubo mezclas de sones con un toque de sonidos electrónicos y vanguardistas. Los teocalis aparecieron plasmados en el palacio, un ¡viva México! Saltó de pronto anunciando la llegada del presidente, dando paso al grito. El mismo zócalo era un gran laberinto de piedra asaltado por las luces, sus ocupantes entre perdidos por el alcohol y la desesperanza. Saltaban y gritaban queriendo salir de aquel estado de desencanto, de alegría artificial, de olvido de la realidad.

Entre el tumulto de personas Alberto creyó estar siendo observado, volteó y vio una mirada perdida, pero el mar de gente se tragó aquella mirada y desapareció. Luego Alberto asistió al departamento de uno de sus amigos a tomar y fumar. Entre confesiones y risas la noche siguió su paso por la ciudad…

Autor: Arlequín sin rostro

Retorno estelar


“Y volverán las estrellas a visitar la Tierra, de la que huyeron en esos tiempos oscuros"

Novalis