Días atrás platicaba con una vieja colega. Nuestro encuentro fue repentino. Me dirigía a casa y en el camino coincidimos. Ella se había mudado a otra ciudad hace tres años. La invité a mí casa fuimos a la sala y se sentó en el sofá, le serví una taza con café.
Empezó a platicarme de su hija que cumpliría un año de edad en un par de meses, de su trabajo y de las últimas novedades en su vida. Dio un sorbo a la taza y se sobresaltó recordando a una mujer en su trabajo la cual le parece extraña, en primera porque a pesar de que hiciera frio ella usaba ropa muy ligera, lo más extraño para mi amiga es que nunca la había visto molesta, siempre sonreía. Mi amiga consideró que le resultaba extraña tal actitud y se preguntó si no había en el mundo algo que aquella mujer detestara, mi amiga comenzó a decirme lo que le molestaba: el tráfico, las cucarachas, que su marido no llegara a casa… Preguntó que me molestaba a mí le dije que el sonido de los claxon, los días lluviosos que no permiten salir a la calle, las personas que impiden el paso en la banqueta, que me platiquen un anécdota más de una vez, que me hablen mientras veo la tele, esperar por más de media hora a un amigo y que me deje plantado… Fui interrumpido por mi compañera pues se rió y me dijo que la última parte la tenía muy presente. Continué. No me agrada el lloriqueo de los bebes, el maullido de los gatos por la noche, el ruido estridente de las fiestas de los vecinos que no dejan dormir…
Mi amiga se me quedó viendo y luego se soltó a reír. Callé y me dijo que seguía pensando en aquella mujer de su trabajo, la apodó “fresca lechuga”. No supe que decir y ella dijo que había dos soluciones, aquella mujer estaba loca o los dos somos un par de amargados.
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