domingo, 11 de noviembre de 2007

Día de Muertos


Una sonrisa en la fría cara de una calavera vestida para coquetearles a los mortales, con su ropaje largo y su sombrero negro hace burla a lo efímero del aliento humano.

En el colorido desastre de la muerte, y su risa alcoholizada se escucha a través de los tequilas y el olor de los tamales un canto a la muerte. El mexicano se sentirá vivo con cada canción a la muerte y con las irónicas calaveras escritas en papeles sueltos de periódicos referentes a una política aun más muerta que la catrina misma.

Con el día primero se inicia una tradición de origen indígena, el cual coincide con las celebraciones católicas de Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos. Celebrando el noveno mes del calendario solar mexica, las festividades eran precedidas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como la “Dama de la muerte” esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la tierra de los muertos.

Varios años después, la figura de la muerte fue adquiriendo colorido y forma contemporánea, disfrazándose de política, de religión y de cultura mexicana, de ese México que todo lo sueña y que todo lo ve entre perdido y con esperanza de resurgimiento. Aun el mexicano siente la nostalgia de la muerte en sus venas, aquellas celebraciones a la renovación de la naturaleza y al orgullo representado en los cráneos como trofeos. Danzando con paso ligero, la Dama de la muerte se transformó en la Catrina de José Guadalupe Posada. Y así, en palabras del mismo Posada, la muerte era democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acabaría siendo calavera.

De las casas surgen caminos de pétalos de las flores de cempasúchil, dirigiendo al caminante a que se maraville con los altares que se alzan sobre las paredes descoloridas de las casas adornadas con la pobreza, que siendo un demonio más dentro de la ciudad de ilusos ángeles. Dando la bienvenida al altar, el marco de madera o carrizal, adornado con flores simboliza la entrada del cielo. Siendo dos o siete los niveles, representando así el cielo y el infierno, o el purgatorio y los niveles de los mismos. El viento impreso en el papel picado, el fuego danzante en las veladoras, el pan, los frutos o las cenizas como representantes de la tierra en el altar, y por último la bienhechora agua para aquella alma sedienta que llegue. Los retratos, pedazos de tiempo cristalizadas, puestas para la conmemoración del difunto. Sin olvidar el pan de muerto y las calaveras de chocolate, agregando la comida favorita del fallecido.

En los cementerios, las personas se congregan para hacerle homenaje a los ya caídos por la muerte. Entre sollozos y rezos, se recuerda con cierta melancolía a las almas partidas al otro mundo. Para los cristianos se dirá que en el cielo residen, mientras que en la cultura anterior a la novo hispánica, sus rumbos son tan diversos como los mismos sabores de la comida mexicana. Irán al Tlalocan, aquellos difuntos ahogados o llegados por la fuerza del rayo, ahí en el cielo de Tláloc, están destinados a llegar, y como semillas, serán enterrados para que vuelvan a germinar. En el Omeyocan, los muertos en combate, los cautivos y las mujeres que morían en el parto, estaban consignados a este lugar, el paraíso del sol, presidio de Huitzilopochtli. En el Mictlán, estarán aquellas personas que su muerte fue natural, lugar habitado por Mictlantecuhtli y Mictacacíhuatl, señor y señora de la muerte, lugar oscuro y sin ventanas del cual ya no era posible salir.

El día primero de noviembre, en el panteón de Mixquic suena el repique de las campanas de la iglesia, anunciando el arribo de las ánimas de los adultos, con lo que las ofrendas crecerán y una de las partes con mayor misticismo del festejo dará inicio. En cada ofrenda se colocan la sal (para el alimento), el agua (para calmar la sed), y las veladoras (para iluminar su camino); además de flores de alhelí y cempasúchitl.

En el piso, junto al altar, se coloca un petate nuevo donde se acomodan tamales hechos en casa, cazuelitas con sal y frutas, todo adornado con papel picado; mientras en la azotea o la entrada de las casas se instala un farol hecho de papel de china y carrizo, que indica al ánima su hogar.

La ofrenda se complementa con fruta, hojaldras, y en el caso de los niños, las figuritas de los escuincles (perros) que guiarán sus almas por el inframundo; flores blancas que representan la pureza de los niños y amarillas que iluminan a los adultos para que no se pierdan en el camino.

El día 2 se realiza la “Alumbrada” en el panteón, donde se rinde un homenaje a los seres que se fueron y dejaron su recuerdo en este mundo. Desde las 19:00 horas, el panteón se ilumina con cirios, y a las tumbas adornadas con flores llegan los familiares de los muertos para acompañarlos y hacerles saber que serán bienvenidos en el futuro.

El día 3, los vecinos de Mixquic se visitan para intercambiar la comida, fruta, pan y demás elementos de la ofrenda, con lo que se da por concluido el rito que cada año lleva a miles de curiosos a esta población conformada por los barrios de San Miguel, San Ignacio, Santa Cruz, San Bartolomé, Los Reyes y San Agustín.

La catrina felizmente danzando por las ciudades, las cantinas, los cementerios y los hogares de las familias mexicanas, se deleita con la irónica risa y llanto de los hijos mexicas. La sonrisa de la catrina se escuchara con cada canción de los mariachis, su olor se desvanesera entre el humo de las veladoras y su colorido se quedará en cada día de muertos.

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