No sabía como había llegado a tal lugar, su cabeza punzaba de dolor, su boca experimentaba una gran sensación de sequedad, unas cuantas gotas de sudor escurrían desde su sombrero cayendo por su afeitada cara. Sentía una gran necesidad de algo, no sabía que precisamente, era como si algo le faltara, pero que sabía que podía acceder a él en cualquier momento. El lugar desprendía varios olores, alcohol y tabaco en general, la música era guiada por una pequeña banda. Una bella corista en el centro del lugar, con su vestido largo y cabellos rubios atraía la atención del público, excepto por uno que estaba inmerso en sus pensamientos, para él parecía que la corista cantará en silencio, solo veía gesticular sus labios, pero el sonido se perdía a momentos, se torcía y se moría.
Sacó del bolsillo del abrigo un cigarro, lo prendió con desesperación, sus manos temblaban, y dio un sorbo al bazo de alcohol en la mesa. Sabía que con cada jalón su vida se acababa lentamente, pero era inevitable, no dejaba de pensar en ella, sus pensamientos le repetían una y otra vez su nombre. Cada vez que la veía deseaba más y más, sabiendo que con ella su vida acabaría lentamente, que el hecho de verla le producía nauseas y ascos, sed y ansias, pero a la vez le daba un sentimiento de conformidad y bienestar. Sabía que cuando estaban sus cuerpos juntos un aire a muerte se respiraba, se exhalaba por igual. El humo salía de sus labios con fuerza y delicadeza, mezclándose con el sabor a vino en su lengua, no deseaba más que besar aquella boca, sabía que inhalaba el humo, que exhalaba su deseo. Sus nervios se tranquilizaban al acariciarla, saborearla, saber que le pertenecía por aquel pequeño instante, deseaba que se mantuviera con él, que no se esfumara, pero sabía que pronto se acabaría y buscaría más. Aquel hombre no sabía la diferencia entre la adicción al cigarro y la adicción al amor, ambos parecían traerle los mismos resultados.
Sacó del bolsillo del abrigo un cigarro, lo prendió con desesperación, sus manos temblaban, y dio un sorbo al bazo de alcohol en la mesa. Sabía que con cada jalón su vida se acababa lentamente, pero era inevitable, no dejaba de pensar en ella, sus pensamientos le repetían una y otra vez su nombre. Cada vez que la veía deseaba más y más, sabiendo que con ella su vida acabaría lentamente, que el hecho de verla le producía nauseas y ascos, sed y ansias, pero a la vez le daba un sentimiento de conformidad y bienestar. Sabía que cuando estaban sus cuerpos juntos un aire a muerte se respiraba, se exhalaba por igual. El humo salía de sus labios con fuerza y delicadeza, mezclándose con el sabor a vino en su lengua, no deseaba más que besar aquella boca, sabía que inhalaba el humo, que exhalaba su deseo. Sus nervios se tranquilizaban al acariciarla, saborearla, saber que le pertenecía por aquel pequeño instante, deseaba que se mantuviera con él, que no se esfumara, pero sabía que pronto se acabaría y buscaría más. Aquel hombre no sabía la diferencia entre la adicción al cigarro y la adicción al amor, ambos parecían traerle los mismos resultados.
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