Hay muchas maneras para no ser visto, algunas personas conocen muy bien este arte, los ladrones son sigilosos y no son descubiertos por su victima, los amantes que el mundo les prohíbe su amor se esconden en la oscuridad de la noche, encuentran sus cuerpos y se liberan de las cadenas, también están aquellos que saben que han cometido un crimen, un asesino tratará de ocultar todas las pruebas que indiquen su culpabilidad, esconderá el cuerpo, otros su culpa se centra en la carne, ante los ojos de los demás su acción es abominable y desean pasar desapercibidos, llevando las actividades de manera clandestina o bajo la mirada de todos, hay personas que se visten de negro, de manera inconciente intentan no llamar la atención, el negro será una protección ante la mirada del extraño. En la naturaleza se llama mimetismo al fenómeno donde los animales tratan de parecer algo que no son, pareciéndose a otros animales o difuminándose con su entorno. La mayoría tiende a esconderse de alguna manera, a pasar desapercibido, pero hay un caso extremo de esta situación.
La mayoría ignora que la existencia del otro está determinada por la mirada del que lo observa, sí alguien es visto será reconocido, así aquellas personas que no son miradas como los indigentes, son mayormente ignorados, jamás son vistos directamente a los ojos porque no son considerado personas, por lo cual han creado una idea de ellos mismos de forma negativa.
Aquel hombre tenía gran conocimiento en óptica, y tenía una obsesión por aquellos objetos translucidos, y transparentes, sus estudios no se limitaban a la física, si bien el ambiente científico es poco flexible permite a unos cuantos llevar sus reflexiones más allá de los lentes de los instrumentos, Alberto había pasado parte de su vida metido en los libros, desde los clásicos la filosofía griega, arte y arquitectura por igual, era un gran lector. Hace tiempo atrás había dejado sus investigaciones en la óptica, decidió tomarse un largo descanso, pues su salud se debilitaba con el tiempo, ya no era un hombre joven de veinticinco años. Alberto era un hombre de un carácter melancólico, varias veces había tenido fuertes depresiones a lo largo de su vida, sus ojos con el paso del tiempo empezaron a tornarse con un aire de cansancio, su piel apiñonada era cubierta frecuentemente por ropas de colores oscuros.
Fátima era una bella mujer de veintitrés años, sus ojos color café oscuro contrastaban con su cabello ondulado y negro, su piel morena radiaba con el calor de su joven vida. Entre semana Fátima caminaba desde su casa, que estaba en las orillas del pueblo, hasta el centro, donde trabajaba en una repostería. En su camino al trabajo pasaba por la casa de Alberto quien en ocasiones coincidían, se saludaban y Fátima seguía con su camino. Alberto conocía a Fátima desde hace cinco años, Alberto fue al restaurante donde servían entre varios platillos los mejores postres, sin saberlo, había probado los pasteles que preparaba Fátima día a día, no fue hasta que Alberto vio salir del restaurante a Fátima, sin pensarlo fue y decidió hablarle, la joven no sabía que decir, Alberto buscó fuerzas para poderla invitar a comer. La historia que sigue fue trágica, ambos salieron, platicaron, y rieron, pero también había una negación en la vista de Fátima, era algo extraño. Sus encuentros eran cada vez más comunes, cuando estaban juntos Alberto notó un aroma a vainilla, estaba fuertemente atrapado por aquel olor que desprendía Fátima. Su relación creció conforme pasó el tiempo, Alberto en ese entonces pasaba por una época de bienestar, pero la verdadera naturaleza de Alberto salió, se volvió celoso, poco a poco la relación fue decayendo. Sumido en una gran depresión, sintió que algo en él había cambiado, sentía que su cuerpo se desvanecía, en las noches era asaltado por pesadillas en las cuales veía a Fátima que huía de él. Una mañana cuando despertó se dirigió al espejo, y se horrorizo al no poder ver su reflejo, tapo su cara con las manos y al volver a ver encontró su rostro.
Después de un tiempo, Alberto salió de su letargo para reincorporarse a sus actividades. Había decidido salir de aquel pueblo, extrañaba la ciudad, así que tomo un viaje por unos días, avisó a Fátima, quien sin más le deseo un buen viaje. En la ciudad Alberto siguió deambulando, sin saber que hacer, deseaba encontrar algo, pero no sabía que precisamente. En un café de la ciudad, mientras bebía, vio a una mujer acompañada por un hombre, aquella mujer lo veía insistentemente, sonreía en cualquier oportunidad que se le presentaba. La mujer fue abandonada por aquel hombre y ella se acercó a Alberto. Aquella mujer era blanca, su cabello negro y largo caía entre sus hombros para llegar a descansar en un vestido de color azul rey, mostrando así una gran figura, un cierto aire retador y seguro.
- Buenas noches. ¿Puedo tomar asiento?- Preguntó la mujer.
- Claro, ¿en que puedo ayudarte? – Alberto con una leve sonrisa.
- Te he estado observando, y espero no suene agresivo, pero me pareces un hombre atractivo.
- Muchas gracias… - Se quedó en silencio Alberto. – Ni siquiera se tu nombre…-
- Disculpa mis modales, me llamo Julieta. Me gustaría saber que hace un hombre tan guapo y solo por aquí.
- Me preguntó que mujer acompañada viene a platicar conmigo…-
- ¡Ah! Te refieres a él – Julieta señaló el lugar donde estaba sentada.- Él es solo un amigo, que tuvo que irse por una emergencia.
- Pensé que eran algo más, no quería meterme en problemas.- Respondió Alberto.
- No te preocupes por eso. Tengo el presentimiento que vienes de fuera, ¿es así? – Miro con cierta picardía Julieta a Alberto.
- Así es… - Miró extraño Alberto.
- No me equivocaba, esas cosas se sienten, y no te juzgue por tu apariencia, pues parece ser que eres hombre de ciudad.
- Hace tiempo que deje la ciudad atrás y me retiré al campo tratando de buscar… - Fue interrumpido por Julieta
- Déjalo así, sé lo que has buscado, y también tus ojos me dicen que lo encontraste pero tuviste que dejarlo atrás.
- Sí…, me estoy sintiendo un poco incómodo, sabes muchas cosas de mi.- Decía con voz temblorosa Alberto.
- ¿Aquella mujer te abandonó? – Miró Julieta en espera de respuesta pero Alberto se quedó en silencio.
- Es algo que no me gustaría platicar-
- Disculpa, creo que estoy siendo algo grosera. ¿Te parece si te invito un trago?-
Alberto aceptó la invitación, a partir de esa noche Julieta buscaba a Alberto, sin saberlo estaba cayendo en cuenta que sentía algo por Julieta, la forma en que hablaba, en que lo miraba, sabía que no era una mirada superficial como la de Fátima. Un mes después de su encuentro, Alberto decidió buscar a Julieta, sorprenderla después de que saliera de la oficina, pero antes de llegar a lo lejos vio como Julieta era escoltada por el mismo hombre que la había acompañado esa primera vez en el café, la tomó de la mano y se fueron juntos. Alberto comenzó a pensar un sin fin de cosas, pero temía preguntar, así que no hizo nada al respecto, y siguió viendo a Julieta, había decidido seguir con el juego en dado caso de que el fuera el juguete de Julieta.
- ¿Cómo has estado? – Preguntó Julieta tomándolo de la mano.
- Bien gracias… - Alberto miró fijamente a Julieta.
- Estoy bien. Dio un sorbo Alberto a la copa que tenía entre manos. El cantinero preguntó si deseaban algo más.
- No gracias estoy bien – Exclamó Alberto.
- Te voy a decir algo importante, no puedes mentirme, se leer la mirada de las personas, es algo que me enorgullece decir, pues la mayoría de los casos acierto.
- Entones si sabes lo que me pasa, ¿porqué tendría que decírtelo?- Dijo Alberto un poco malhumorado.
- Se que sabes como es mi situación, y a pesar de eso no me has reclamado, me has visto, y aun así te lo guardas, también se que me quieres, porque me miras de una manera que expresa un gran cariño, eso lo se simplemente por tu mirada, pocas son las personas que me han visto como tu… - Quedó viendo fijamente Julieta a Alberto
- También te… - Alberto no pudo decir más, sus palabras se encontraron en un altercado, pues recordaba que en algún lugar había dejado a Fátima.
- Se que la quieres, y tampoco he dicho nada al respecto, ambos estamos consientes de nuestra condición. Me hubiera gustado conocerte antes de… Me atraes demasiado, ¿porqué no dejas que simplemente pasé?, este es nuestro espacio…
Lo único que pudo hacer Alberto fue abrazar con cariño a Julieta, tenía las palabras, sabía que decir, pero algo lo detenía, en su mente solo pensaba que había encontrado una bella mujer, pero también pensaba en la situación por la que estaba pasando. Alberto respondió con un beso. Una noche, un cuarto, dos cuerpos y la misma mirada. Después de ese día no sería igual, Julieta se fue alejando poco a poco, Alberto había extendido su viaje a la ciudad por tiempo indefinido sin preocuparse por Fátima. Sólo hubo un encuentro más entre Julieta y Alberto, habían decidido escaparse ante la mirada de los demás, de aquellos que no podían ver lo que ellos hacían. En la oscuridad de un bar la pareja sin tapujos se entregaron, sus manos recorrieron el cuerpo del otro, ambos sabían que otra vida les esperaba afuera, pero decidieron suspenderla por un momento. Después de esa noche, Alberto caminaba por la ciudad dirigiéndose hacía su hotel, cuando vio a lo lejos a Fátima, ella lo vio y se acercó.
La mayoría ignora que la existencia del otro está determinada por la mirada del que lo observa, sí alguien es visto será reconocido, así aquellas personas que no son miradas como los indigentes, son mayormente ignorados, jamás son vistos directamente a los ojos porque no son considerado personas, por lo cual han creado una idea de ellos mismos de forma negativa.
Aquel hombre tenía gran conocimiento en óptica, y tenía una obsesión por aquellos objetos translucidos, y transparentes, sus estudios no se limitaban a la física, si bien el ambiente científico es poco flexible permite a unos cuantos llevar sus reflexiones más allá de los lentes de los instrumentos, Alberto había pasado parte de su vida metido en los libros, desde los clásicos la filosofía griega, arte y arquitectura por igual, era un gran lector. Hace tiempo atrás había dejado sus investigaciones en la óptica, decidió tomarse un largo descanso, pues su salud se debilitaba con el tiempo, ya no era un hombre joven de veinticinco años. Alberto era un hombre de un carácter melancólico, varias veces había tenido fuertes depresiones a lo largo de su vida, sus ojos con el paso del tiempo empezaron a tornarse con un aire de cansancio, su piel apiñonada era cubierta frecuentemente por ropas de colores oscuros.
Fátima era una bella mujer de veintitrés años, sus ojos color café oscuro contrastaban con su cabello ondulado y negro, su piel morena radiaba con el calor de su joven vida. Entre semana Fátima caminaba desde su casa, que estaba en las orillas del pueblo, hasta el centro, donde trabajaba en una repostería. En su camino al trabajo pasaba por la casa de Alberto quien en ocasiones coincidían, se saludaban y Fátima seguía con su camino. Alberto conocía a Fátima desde hace cinco años, Alberto fue al restaurante donde servían entre varios platillos los mejores postres, sin saberlo, había probado los pasteles que preparaba Fátima día a día, no fue hasta que Alberto vio salir del restaurante a Fátima, sin pensarlo fue y decidió hablarle, la joven no sabía que decir, Alberto buscó fuerzas para poderla invitar a comer. La historia que sigue fue trágica, ambos salieron, platicaron, y rieron, pero también había una negación en la vista de Fátima, era algo extraño. Sus encuentros eran cada vez más comunes, cuando estaban juntos Alberto notó un aroma a vainilla, estaba fuertemente atrapado por aquel olor que desprendía Fátima. Su relación creció conforme pasó el tiempo, Alberto en ese entonces pasaba por una época de bienestar, pero la verdadera naturaleza de Alberto salió, se volvió celoso, poco a poco la relación fue decayendo. Sumido en una gran depresión, sintió que algo en él había cambiado, sentía que su cuerpo se desvanecía, en las noches era asaltado por pesadillas en las cuales veía a Fátima que huía de él. Una mañana cuando despertó se dirigió al espejo, y se horrorizo al no poder ver su reflejo, tapo su cara con las manos y al volver a ver encontró su rostro.
Después de un tiempo, Alberto salió de su letargo para reincorporarse a sus actividades. Había decidido salir de aquel pueblo, extrañaba la ciudad, así que tomo un viaje por unos días, avisó a Fátima, quien sin más le deseo un buen viaje. En la ciudad Alberto siguió deambulando, sin saber que hacer, deseaba encontrar algo, pero no sabía que precisamente. En un café de la ciudad, mientras bebía, vio a una mujer acompañada por un hombre, aquella mujer lo veía insistentemente, sonreía en cualquier oportunidad que se le presentaba. La mujer fue abandonada por aquel hombre y ella se acercó a Alberto. Aquella mujer era blanca, su cabello negro y largo caía entre sus hombros para llegar a descansar en un vestido de color azul rey, mostrando así una gran figura, un cierto aire retador y seguro.
- Buenas noches. ¿Puedo tomar asiento?- Preguntó la mujer.
- Claro, ¿en que puedo ayudarte? – Alberto con una leve sonrisa.
- Te he estado observando, y espero no suene agresivo, pero me pareces un hombre atractivo.
- Muchas gracias… - Se quedó en silencio Alberto. – Ni siquiera se tu nombre…-
- Disculpa mis modales, me llamo Julieta. Me gustaría saber que hace un hombre tan guapo y solo por aquí.
- Me preguntó que mujer acompañada viene a platicar conmigo…-
- ¡Ah! Te refieres a él – Julieta señaló el lugar donde estaba sentada.- Él es solo un amigo, que tuvo que irse por una emergencia.
- Pensé que eran algo más, no quería meterme en problemas.- Respondió Alberto.
- No te preocupes por eso. Tengo el presentimiento que vienes de fuera, ¿es así? – Miro con cierta picardía Julieta a Alberto.
- Así es… - Miró extraño Alberto.
- No me equivocaba, esas cosas se sienten, y no te juzgue por tu apariencia, pues parece ser que eres hombre de ciudad.
- Hace tiempo que deje la ciudad atrás y me retiré al campo tratando de buscar… - Fue interrumpido por Julieta
- Déjalo así, sé lo que has buscado, y también tus ojos me dicen que lo encontraste pero tuviste que dejarlo atrás.
- Sí…, me estoy sintiendo un poco incómodo, sabes muchas cosas de mi.- Decía con voz temblorosa Alberto.
- ¿Aquella mujer te abandonó? – Miró Julieta en espera de respuesta pero Alberto se quedó en silencio.
- Es algo que no me gustaría platicar-
- Disculpa, creo que estoy siendo algo grosera. ¿Te parece si te invito un trago?-
Alberto aceptó la invitación, a partir de esa noche Julieta buscaba a Alberto, sin saberlo estaba cayendo en cuenta que sentía algo por Julieta, la forma en que hablaba, en que lo miraba, sabía que no era una mirada superficial como la de Fátima. Un mes después de su encuentro, Alberto decidió buscar a Julieta, sorprenderla después de que saliera de la oficina, pero antes de llegar a lo lejos vio como Julieta era escoltada por el mismo hombre que la había acompañado esa primera vez en el café, la tomó de la mano y se fueron juntos. Alberto comenzó a pensar un sin fin de cosas, pero temía preguntar, así que no hizo nada al respecto, y siguió viendo a Julieta, había decidido seguir con el juego en dado caso de que el fuera el juguete de Julieta.
- ¿Cómo has estado? – Preguntó Julieta tomándolo de la mano.
- Bien gracias… - Alberto miró fijamente a Julieta.
- Estoy bien. Dio un sorbo Alberto a la copa que tenía entre manos. El cantinero preguntó si deseaban algo más.
- No gracias estoy bien – Exclamó Alberto.
- Te voy a decir algo importante, no puedes mentirme, se leer la mirada de las personas, es algo que me enorgullece decir, pues la mayoría de los casos acierto.
- Entones si sabes lo que me pasa, ¿porqué tendría que decírtelo?- Dijo Alberto un poco malhumorado.
- Se que sabes como es mi situación, y a pesar de eso no me has reclamado, me has visto, y aun así te lo guardas, también se que me quieres, porque me miras de una manera que expresa un gran cariño, eso lo se simplemente por tu mirada, pocas son las personas que me han visto como tu… - Quedó viendo fijamente Julieta a Alberto
- También te… - Alberto no pudo decir más, sus palabras se encontraron en un altercado, pues recordaba que en algún lugar había dejado a Fátima.
- Se que la quieres, y tampoco he dicho nada al respecto, ambos estamos consientes de nuestra condición. Me hubiera gustado conocerte antes de… Me atraes demasiado, ¿porqué no dejas que simplemente pasé?, este es nuestro espacio…
Lo único que pudo hacer Alberto fue abrazar con cariño a Julieta, tenía las palabras, sabía que decir, pero algo lo detenía, en su mente solo pensaba que había encontrado una bella mujer, pero también pensaba en la situación por la que estaba pasando. Alberto respondió con un beso. Una noche, un cuarto, dos cuerpos y la misma mirada. Después de ese día no sería igual, Julieta se fue alejando poco a poco, Alberto había extendido su viaje a la ciudad por tiempo indefinido sin preocuparse por Fátima. Sólo hubo un encuentro más entre Julieta y Alberto, habían decidido escaparse ante la mirada de los demás, de aquellos que no podían ver lo que ellos hacían. En la oscuridad de un bar la pareja sin tapujos se entregaron, sus manos recorrieron el cuerpo del otro, ambos sabían que otra vida les esperaba afuera, pero decidieron suspenderla por un momento. Después de esa noche, Alberto caminaba por la ciudad dirigiéndose hacía su hotel, cuando vio a lo lejos a Fátima, ella lo vio y se acercó.