Desdichada, ¿por qué vienes ahora? ¿No te ausentaste por más
de cuatro años? Quizás te escondiste en un rincón de mi cuarto, donde no pasaba
la escoba. ¿Dices que te abandoné? ¿Huiste o te espanté? Seguro habrás estado
atormentando a cualquier otro hombre con ideas a la mano, café y cigarros. Pasamos
tantas cosas juntos ¿te has olvidado de cuántas palabras me hacías escribir?
Pues te lo recuerdo. Me hiciste escribir disque cuentos y poemas. Torturaba a
mis amigos leyéndoles tus mensajes. Me sentía un pueta, porque eso es lo que
originas, puetas.
Antes no conocía tu nombre, más
bien te decía de muchas maneras: melancolía, tristeza, angustia… ahora entiendo
que eres la hija de una Musa y una Nereida. Sí, así es. No tienes el perfil de
una bella musa que cantas himnos al oído. Vienes con tus palabras a recordarme
las desgracias, la ausencia, eso es lo que hacen las nereidas.
Pasa, toma asiento, haz estado
mucho tiempo en el suelo. ¿Quieres un café o prefieres un poco de vino? Pero
queda una advertencia, no te acomodes, porque pronto habrá limpieza en el
cuarto y saldrás.
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