sábado, 26 de junio de 2010

La taza rota (II)


Siempre dejo que mis escritos se escriban solos, si hay algo que contar saldrá, si la historia es buena se mantendrá hasta el final, sino quedará en el tintero, quedará inconclusa como muchas de las cosas que he escrito.

Eran las palabras de un gran escritor que daba una conferencia en la universidad. Estaban presentes grandes personalidades, era la crema y nata del mundo literario y cultural. También había estudiantes de diferentes facultades, en especial de literatura y filosofía. Era divertido escuchar las pláticas entre ambos tribus. Unos discutían la importancia y uso de la fonética, mientras que los filósofos disertaban con el problema de la interpretación. Uno de los asistentes se aburrió del ambiente pedante de los presentes, de las preguntas rebuscadas y de las respuestas todavía más incomprensibles. Salió del gran auditorio y se dirigió a un puesto de café.

- Hola, ¿qué tal?- Preguntó Nicolás a la empleada.

- Muy bien. - Respondió

- Un café por favor. –

- ¿Con leche verdad? – Preguntó la empleada.

- Sí –

La empleada sacó la taza y comenzó a preparar el café. Los alumnos de la facultad podían llevar su taza y guardarla para no gastar en vasos de papel; así se ahorraban unos cuantos pesos. La maquina despachadora comenzó a producir un sin fin de ruidos, cualquiera que no supiera como funciona pensaría que era una máquina mágica.

Terminó de preparar el café y se lo dio a Nicolás. La taza estaba rota del mango.

- Una pregunta, porqué esta rota la taza – Dijo la empleada. – Supongo que detrás tiene una gran historia.

- Pues no… Trabajo también en un café. Saqué la taza y por descuido se me cayó, se rompió y pues me la quedé. No tiene una gran historia como pensabas. – La empleada comenzó a reírse.

- Es que mi imaginación vuela con estos pequeños detalles, no sé si te pase lo mismo.

- Sí, la verdad que sí, puedo crear un sin fin de historias a partir de un suceso.

- Me acordé del libro que estoy leyendo en este momento. Se llama La taza rota. – Dijo la empleada sacando el libro y extendió la mano para ofrecérselo a Nicolás. Él lo tomó y lo hojeó.

- Se ve que está bueno, luego me lo prestas.

- Sí, claro, sólo deja que termine y te lo doy.

Nicolás le pagó y se alejó del café. Mientras la empleada retomaba la lectura donde la había dejado.

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