No te diré que las rosas son rojas
y que las estrellas brillan en el cielo.
Tampoco que me acaricias como las hojas
de primavera o que no pasa el tiempo;
mereces más que palabras llanas.
Por eso te regalo mi sonrisa franca,
mi pecho cálido para servirte de almohada
y algunas palabras de aliento
para que no concibas la vida como sufrimiento;
no derrames más tus lágrimas sobre el suelo
júntalas y dámelas que las convertiré en alegría;
aquellas gotas amargas caerán al mar
y las estrellas no se volverán de sal.
Te pido que tomes el fuego de mis ojos
y los conviertas en tu espada y escudo;
no dejes que el odio de la gente se convierta
en el propio y te destruya.
Diluye en aire los días pasados.
¡Toma! Te regalo los céfiros
para que se lleven las palabras agrias
y mueran como alimañas.
A tu disposición te doy mis sueños
¡tómalos!, hazlos crecer como a la luna;
te doy mi palabra de estar a tu lado
hasta que los edificios se vuelvan ceniza.
No confío en el azar, pero sí en el latir
de cada una de mis células rojas y azules.
Sabes lo que siento,
lo que padezco y disfruto.
Aunque digan que sufrimos como dementes,
caminamos constantes cada tramo.
Porque dos palabras son insuficientes,
aun así te las digo: te amo.